martes, 2 de noviembre de 2010

EL GOBIERNO DEMOCRÁTICO DEL ALCALDE ALFONSO BARRANTES

27 años después

Por: Henry Pease García*
Martes 2 de Noviembre del 2010
El triunfo de Susana Villarán no es con las justas. Comenzó muy abajo y es por eso que no tiene alcaldías distritales. El salto mayúsculo lo dio en la coyuntura en que sacaron a Kouri, no por transvase de votos sino porque allí se posicionó mediáticamente como la candidata con más fuerza.

A Susana la atacaron sin piedad y con enormes falsedades. A una demócrata que nunca defendió la lucha armada le han dicho terrorista. Jaime Bayly lo demostró en la noche de las elecciones, al protestar con casi todos los tabloides en la mano por las primeras planas del sábado cuando estaba prohibida la campaña. La calumniaron hasta en las horas de silencio obligado.

Esta coyuntura me recordó algo de lo que viví hace 27 años cuando acompañé a Alfonso Barrantes en su victoria de 1993. Nos dijeron de todo. A mí me cuestionaron hasta mi religión y dijeron que corregí mi apellido materno por razones políticas para esa campaña. Quisiera que a estas alturas se den cuenta de su error, pero en nuestra política criolla no vale sino la diatriba coyuntural.

Ahora dicen que Susana no podrá gobernar porque tiene un par de regidores de Patria Roja y porque no tiene alcaldes distritales, que son otros gobiernos. Les voy a demostrar que es posible gobernar en grande y con grandeza y estoy seguro de que Susana lo hará. Pero tengo una cuestión previa. Quiero aclarar que Fuerza Social y Susana Villarán son la izquierda democrática de hoy. No heredan las taras, limitaciones ni prejuicios de ayer y tienen derecho a ser ellos mismos. Mostraré lo que hicimos con el liderazgo de Alfonso Barrantes y con peruanos tan valiosos como Ángel Delgado (reforma tributaria, impuesto de promoción municipal), Óscar Ugarte (vaso de leche) y muchos más que aquí no puedo mencionar. Pero hoy esa Izquierda Unida ya murió y está surgiendo otra. Tiene que ser distinta porque el mundo lo es.

No hay izquierda democrática si no reconoce, de entrada, que solo se llega al Gobierno por elecciones democráticas, no por golpe ni por vía armada. Esta es una opción que marcó toda mi vida, y la compartí con Alfonso Barrantes porque lo acordamos en 1983, cuando me invitó a participar, y él fue ejemplar en cumplir lo que acordamos. Por eso, ambos enfrentamos a Sendero Luminoso sin medias tintas. Pero la democracia no es solo un método para elegir gobernantes, es una manera de gobernar. Ahora que tantos dicen que es imposible que Susana gobierne con amplitud, este ejemplo puede servirle no para imitarlo sino para hacer su propia creación heroica. Alfonso me visitó pocos días antes de que juráramos con un ejemplar de la revista “Quehacer” de Desco en la que escribí un artículo contra la ley que da mayoría absoluta a cada alcalde al margen de los votos obtenidos. Me dijo: “Nos convertiremos en dictadores”. Yo tenía una fórmula y se la dije: “Cuando en el debate no hayamos convencido por lo menos a una de las bancadas de oposición, yo te pediré que postergues el tema hasta la siguiente sesión. Con calma evaluaremos si se han unido por fregar o si tienen la razón”. El resultado fue más del 90% de los acuerdos del consejo por consenso en los tres años.

El gobierno de Barrantes incorporó a las tres bancadas de oposición: Manuel Cáceda (PPC) encabezó el transporte urbano, Pedro Coronado (PAP) presidió la comisión de presupuesto y Lucho Castañeda (AP) encabezó la empresa administradora del peaje. Mis compañeros de bancada aceptaron que el protagonismo lo tuvieran quienes perdieron la elección. Yo sé que los pleitos al interior de Izquierda Unida y su ruptura por decisión de Alfonso nublan todo, pero podemos decir con la frente muy alta ante las diatribas conservadoras que fuimos un gobierno democrático desde todos sus ángulos. Algo más, nos investigaron hasta 1995 auditando nuestras cuentas hasta tres veces: no hubo ni un caso de corrupción. ¿Por qué reciben así a Fuerza Social y a Susana Villarán cuando hay estos antecedentes? Solo pido un poco de consecuencia y de respeto por el otro, algo elemental para la democracia.