
Carlos Reyna.
El Congreso acaba de hacerle grandes favores a Alberto Fujimori. El país, con la ayuda de una fiscal chilena, estaba comenzando a recordar sus casos. Los medios volvían a informar sobre ellos. De pronto, el Congreso produce su propio gran escándalo, lo del Tribunal Constitucional. Fujimori sale de la atención pública y retorna, por un tiempo, al cómodo olvido. Primer favor.
A Fujimori le conviene la idea de que todos los políticos se parecen en lo ético. Le es útil la creencia de que la política es un oficio de intrigantes que actúan a espaldas del pueblo. Le sirve la percepción de que el Congreso es sólo un campo de pugnas y arreglos entre facciones particularistas. El mencionado escándalo refuerza la ideología antipolítica con la que El Chino y sus seguidores justifican todos sus desmanes. Segundo favor.
A Fujimori también le conviene la idea de que él sí era hábil y eficiente, a diferencia del resto de ineptos políticos. Ahora, el Congreso acaba de mostrarnos esta deplorable secuencia: provoca un escándalo, no quiere repararlo, acepta repararlo parcialmente, y finalmente, la presión pública lo lleva a empellones a la reparación completa. Tanta imagen de torpeza en el Congreso es el tercer favor que se le hace al dictador.
Los favores al fujimorismo no han comenzado con este escándalo. Estamos ante un régimen que es sistemática y globalmente poroso y complaciente frente al fujimorismo, a sus personajes y a sus antiguas redes. Y allí caen el Congreso, el Ejecutivo y el Judicial. No sólo la dirigencia aprista, también, y desde antes, la dirigencia pepecista. No sólo la esfera política, también, desde siempre, la esfera empresarial. Y además de la élite civil, también la militar e inclusive algún sector de la jerarquía eclesiástica.
La solución al escándalo último tiene que ser una nueva elección de los cuatro magistrados y en condiciones de transparencia completa. Pero ni siquiera eso remediará la crisis de legitimidad y credibilidad que embarga al Congreso y que arrastra a todos los partidos.
El problema de fondo es cómo canalizar institucionalmente el descontento del pueblo. La instauración del Senado o la eliminación del voto preferencial sólo aumentarán el descontento. Los cambios tendrían que acercar y abrir más la relación entre congresistas y electores.
LA REPUBLICA Lunes, 18 de Junio 2007