domingo, 5 de julio de 2009

El candidato insonoro

Política | Dom. 05 jul '09


“Lo más inquietante...es que, cuando alguien se cuida tanto es porque hay algo detrás. A Castañeda, está claro, le molesta rendir cuentas, algo de eso es lo que esconde su mudez”.
Autor: Pedro Salinas
Como ustedes saben, y si no lo saben, se los cuento, el alcalde Luis Castañeda Lossio, aparece en el segundo lugar de los sondeos de opinión (empatado con Humala), pese a que todavía no ha expresado su decisión de participar en los comicios de 2011.

¿Qué tiene Castañeda que encandila a los limeños? ¿Qué colonia usa? ¿En qué estriba su sex appeal? ¿Cuál es su toque especial? ¿Qué tipo de aura posee este personaje que cree que la afonía viene con el cargo? Pues, para más señas, el 15% de los encuestados por Ipsos Apoyo lo quisiera ver arropado con la banda presidencial, y eso no es moco de pavo. Más todavía. Podría tener mayor popularidad, según Alfredo Torres, si no fuera porque se está demorando en inaugurar una serie de obras que ya deberían estar terminadas, y eso podría estar generando algún malestar, el mismo que podría diluirse cuando se inauguren. Es posible. Pero para un comentarista torpe, como el que escribe estas líneas, Castañeda sigue siendo un enigma, una esfinge, un acertijo. Porque todavía no me llego a explicar cómo un burgomaestre, cuya gestión deja mucho que desear, tiene tal aceptación.

Pruebas al canto. Los limeños venimos aguantando, desde hace rato, y particularmente bajo la gestión de Castañeda, problemas serísimos de inseguridad ciudadana; el tránsito está más insufrible que nunca; la reinstauración de las revisiones técnicas no cambió nada, y lo único que ha logrado es que los ciudadanos perdamos más tiempo de lo que ya derrochamos en las calles atiborradas de vehículos de todo calibre; el sistema de transporte que pretende implementar –y no tiene cuándo acabarse– ha sido duramente cuestionado por improvisado y poco sostenible en el tiempo, pero él, además de mudo, se ha mostrado sordo ante las críticas; ha desfigurado Barranco con su vía expresa sin presentar los estudios de impacto ambiental que le exigía el MTC; y podemos seguir, porque, como dice Rafo León en la página web de la revista Caretas, “la lista de deméritos es larga y la de méritos, calata”. No obstante ello, ahí está Castañeda y su rostro tan resistente como el hormigón, con sus 15 puntos de aceptación. Será porque, como dice el mismo Rafo León, Castañeda es “Fujimori en versión Chiclayo”.

Como sea. Lo más inquietante de este político con sequedad bucal es que, cuando alguien se cuida tanto es porque algo hay detrás. A Castañeda, está claro, le molesta –con jota– rendir cuentas, que algo de eso es lo que esconde su mudez. Él, sin quitarse la chaqueta amarilla del hombro, esgrime que no tiene “vocación de vedette”, como si el periodismo le reclamara a gritos ofrecer conferencias de prensa en lentejuelas. Y añade que es “un hombre de trabajo”, al que poco le interesa la publicidad. La verdad es que esos argumentos no suenan convincentes. Suenan más bien a pretextos, a llaves de judo, a ráfaga de justificaciones que no arregla ni el bótox.

Lo cierto es que, si este señor con su risa de hiena silenciosa decide ser candidato a la presidencia de la República, debe saber que su don de la invisibilidad le podrá caer bien a algunos, pero si esa es su idea de la política, se equivocó de planeta. Hasta por razones de estética, digo. Un político –al igual que un funcionario público– debe explicar las decisiones que adopta y enfrentar con la mirada descalza y la cara descubierta los errores que comete. Son los rituales de la democracia.

Que hayamos tenido últimamente un rosario de presidentes que no haya cumplido rigurosamente con este precepto, no es excusa para nadie. Tampoco lo es para el alcalde-candidato Castañeda. Pues eso.