lunes, 1 de junio de 2009

EDITORIAL LA REPUBLICA El rol del Estado


El pensamiento económico dominante en los últimos 30 años, cuestionado por la crisis mundial, pero no en retirada, se basa en una concepción ortodoxa de la economía. Asume que los agentes económicos son racionales y altruistas en su búsqueda de la maximización de sus intereses. En base a esta teoría dejan al Estado únicamente a cargo de las funciones de defensa, seguridad, justicia, educación y salud, aunque incluso algunas de estas funciones son pedidas por el sector privado.

Como ese mundo ideal de la ortodoxia está lejos de la realidad, los neoliberales avanzaron en su defensa de este esquema proclamando que, ante diversas distorsiones externas que interfieren con esa dinámica virtuosa, el mercado aporta sus propios equilibrios, sin que sea necesaria una intervención de la política económica para ordenar los vacíos que deja. De este modo, las crisis que frenan el desarrollo de un país siempre se originan en factores externos y el Estado –ese perturbador– solo debe intervenir como “subsidiario” de la armonía creada por el capital.

Pero, de pronto, esta teorización se cuartea y falla, pues el primer aspecto emergente provocado por la crisis global consiste en el papel estelar e indispensable que ha empezado a ocupar el Estado. Por supuesto, no hay reglas comunes para las intervenciones que se realizan en países con gobiernos de muy diverso origen político. EEUU y la UE destinan paquetes financieros multimillonarios para salvar bancos, aseguradoras y grandes empresas, y la mayoría de las naciones impulsan una política expansiva del gasto público para tratar de amortiguar el impacto negativo de la recesión.

No es fácil ni sencillo determinar cuál será el carácter del Estado en la fase que se inaugura en el desarrollo del capitalismo, pero puede apostarse que no será la diminuta e impotente diseñada por el neoliberalismo. Pues hoy, en un momento histórico de temor global ante lo que vendrá, el Estado pasó a ocupar un espacio central para preservar el desarrollo y equilibrio de la actividad económica, pese a las presiones que las grandes empresas y grupos ejercen sobre los gobiernos en favor de sus intereses.

Lo que está en juego para estos lobbies, que se valen también de la ideología en beneficio propio, es si va a continuar el modelo instaurado a fines de los 70 –en el Perú, siempre retrasado, a inicios de los 90 y consagrado en la Constitución tramposa del 93– que institucionaliza la hegemonía de ciertos grupos económico-financieros y les entrega el control de la economía nacional.

El desafío hoy en agenda es repensar en función del interés general y las particularidades de cada país qué tipo de Estado y qué nivel de participación en la economía se requieren en un escenario mundial dominado por la crisis. En suma, reconstruir el Estado, desquiciado por decenios de dominio del neoliberalismo. Esa tarea, lástima, no se está haciendo desde el gobierno, que se presenta como continuador de un modelo caduco.