La Lima del siglo XXI. El auge de las edificaciones multifamiliares impone nuevos estilos de vida. Urge planificación y control municipal para que la ciudad no pierda su identidad
Por: Nelly Luna Amancio
“Me pesa en el alma haber vendido mi casa”. La resignación aún no llega para doña Amelia, que esconde su verdadero nombre porque teme que sus vecinos le reprochen lo que quiere decir: que se arrepiente y que nunca imaginó que los vecinos de un edificio fueran tan egoístas. Hace tres años vendió su casa y la inmobiliaria le ofreció, como parte del pago, un departamento en el edificio de 10 pisos que construiría sobre el terreno que durante años fue la amplia casa donde ella y su finado esposo criaron a sus hijos. “Me a-rre-pien-to. Los edificios ya no son como los de antes, usan materiales de segunda, el ruido atraviesa las paredes y nadie respeta al otro”. Doña Amelia tiene 75 años. Vendió la casa porque era caro mantenerla.
Los edificios multifamiliares —acompañados de la masiva construcción de centros comerciales y supermercados— imponen nuevas formas de convivencia entre los ciudadanos. Doña Amelia extraña la comodidad, el silencio y la intimidad que su vivienda le daba. Y el músico Manongo Mujica extraña la luz del sol en su casa de Chorrillos. Él ha visto cómo año tras año se han ido levantando cada uno de los edificios que hoy acorralan su casa. Desde donde antes se veía el mar, hoy se ven paredes. En su patio hay pura sombra. “Yo no voy a vender nunca esta casa”, dice.
Hay una tendencia irrefrenable por comprar casas para derribarlas y convertirlas en edificios. Según Capeco, el departamento es la unidad habitacional más representativa en el mercado de Lima Metropolitana y el Callao. El año pasado se ofertaron 11.542 departamentos frente a 2.339 casas. Miraflores concentra el 13% de la oferta de departamentos.
“Estamos transformándonos en una metrópoli pero aún hace falta mejorar los hábitos de convivencia. Si el Gobierno maximizó con Mi Vivienda el número de viviendas en edificios, a las municipalidades les tocaba garantizar el crecimiento ordenado, la habitabilidad y la calidad de vida, pero no lo han hecho ni lo vienen haciendo, solo entregan licencias y mientras más, mejor”, advierte el arquitecto Augusto Ortiz de Zevallos. Si la convivencia en un vecindario ya era complicada, en un edificio se prevé lo peor.
Si las urbes son el reflejo del nivel de ciudadanía que tenemos, la de los limeños está en pleno proceso de construcción. En esta Lima de edificios y departamentos estrechos, donde los espacios comunes reemplazan al espacio privado, la tolerancia es todavía un tema que pocos entienden.
El nuevo rostro que se dibuja en Lima ya no es más el de una señora conservadora con hijos inmigrantes. Lima es ahora una dama consumista, menos pacata, con hijos nacidos en el seno de sus 43 distritos. Las cifras desmitifican la vieja ciudad.
Lima ya no crece explosivamente, como en los años 70 u 80, sino a una tasa anual menor al 2%. “El 75% de la población de la capital ha nacido aquí. También se dice que es una ciudad con muchos niños, pero desde los 90 tenemos más adolescentes. Las demandas de ese nuevo grupo ahora son otras: empleo, educación y vivienda. Estos jóvenes están en edad de buscar un alojamiento independiente, el que la sociedad no ofreció a sus padres. No estamos en la misma situación de los años 60 y 70, pero a veces seguimos pensando la ciudad con esos criterios”, aclara Gustavo Riofrío, sociólogo de Desco.
Si la ola migratoria de aquellos años marcó un hito para la ciudad, los edificios de los que doña Amelia y Manongo Mujica se quejan —por invasores o por desmesuradamente elevados— marcan un nuevo momento en la historia urbanística de la capital.
MI VECINO, EL EDIFICIO
El sueño de la casa propia se ha reducido al de un acogedor “depa”. “Construir una casa demoraba 20 años, convertía a toda una generación en sacrificados, una casa requiere seguridad”, dice Ortiz de Zevallos. El esfuerzo que demanda mantener una casa no puede competir con la funcionalidad de un departamento.
Pero este auge tiene excesos inexplicables. “¿Cómo se puede admitir un edificio de 20 pisos junto a otro de dos? En vez de consolidar y reforzar lo bueno de la ciudad se está perdiendo lo ya existente que era valioso, las identidades, los lugares con significado, y se vuelve más una carrera de quién pone más pisos”. Ortiz de Zevallos luce ofuscado.
La tolerancia es fundamental cuando se convive en un edificio. Aunque, como dice el reconocido abogado Jorge Avendaño —que vive en una casa al interior de un edificio del malecón de Barranco, un modelo diferente de vivienda— es importante que las reglas estén claras desde el inicio. “Aquí están prohibidas las reuniones sin previo aviso”. El jurista reconoce que la idea del barrio o vecindario ya no existe en estas nuevas formas de coexistencia.
Al director de teatro Jaime Lema esta idea no le gusta. Él forma parte de la última resistencia: apuesta por una casa. El año 2000 compró un inmueble en la zona monumental de Chorrillos que parecía entonces una ruina, pero que ahora es un auténtico patrimonio histórico.
El artista ha remodelado con nostalgia cada uno de los espacios de ese solar de más de 150 años de antigüedad, que sobrevivió incluso a la guerra con Chile. “No podría vivir en un departamento, aquí puedo tener un espacio para mí y para ellos”. Ellos son Clippertón y Amadeo, sus perros. Él no se amilana con la sombra que proyectan sobre su casa los edificios descomunales que la municipalidad autorizó levantar en pleno malecón chorrillano.
Ortiz de Zevallos advierte que los municipios deben mejorar su gestión si no quieren hacer de Lima una ciudad caótica y carente de identidad histórica. “El régimen para la gestión de Lima no produce los cambios deseados en las personas, ni ayuda a que grupos distintos se articulen y complementen. Promueve la anarquía y la fragmentación”, agrega Jaime Joseph, docente de la Universidad Ruiz de Montoya.
Los viejos pueblos jóvenes de la ciudad
El sociólogo Julio Calderón señala en el libro “Los nuevos rostros de la ciudad de Lima” (Ed. Colegio de Sociólogos del Perú) que muchos de los que fueron antiguos invasores en zonas populares están vendiendo sus terrenos a los que vivían en calidad de inquilinos. ¿Y qué ocurre con el propietario? “El 30% vende porque regresa a su tierra, otro tercio se va al mercado inmobiliario formal del área central de la ciudad, como Pueblo Libre, el Cercado o San Miguel”, escribe.
¿Pero por qué se van? “Porque en realidad, en su percepción popular, un pueblo joven siempre será un pueblo joven. El estigma social no se borra del estigma de quienes lo habitan”. Irse a vivir a un distrito de clase media supone “la cristalización del ascenso social”.
Una investigación elaborada por Desco en Lima Sur permitió identificar, entre 1992 y el 2005, 365 barrios con 40.161 lotes que ocupan 884 hectáreas. “Esta área representa la misma extensión de Miraflores, pero dichos lotes no están ubicados en terrenos planos, sino en quebradas o cerros inaccesibles para un bus y adonde solo se llega a pie o en mototaxi”, explica Gustavo Riofrío, sociólogo de la Universidad de San Marcos.
LAS CIFRAS
34%
De los departamentos ofertados se ubica en zonas de estrato económico medio alto, según el estudio de Capeco.
55%
Prefiere vivir en un departamento de entre 76 y 100 m2.
1” 869. 263
Es el número de la demanda de viviendas en Lima. El 68% pertenece a estratos socioeconómicos bajo y medio bajo.
42%
Prefiere una terraza antes que un jardín.
EL DATO
Van para arriba
Menos del 10% de las viviendas en Lima ahora es de estera y cartón, el 30% tiene el primer piso terminado y el 60% tiene el primer piso con techo definitivo.