domingo, 10 de mayo de 2009

“Vimos a mujeres que ordenaban a niños a rematar a los heridos”


Hablan cuatro soldados sobrevivientes de masacre de Sanabamba. Por primera vez efectivos del Ejército heridos en combate relatan reveladores episodios de la emboscada terrorista en Sanabamba.

María Elena Hidalgo.
Unidad de Investigación.


Redelina Silva Cusichinari es la mamá del sargento José Huamán Silva, de 26 años. Él es el mayor de cuatro hermanos, pero ahora, postrado en un cama, parece el más pequeño de todos. Redelina está a su lado mañana, tarde y noche. Duerme en otra cama, a su costado, en el Hospital Militar. Le da de comer, lo asea, le da sus medicinas, lo viste y le asiste en sus necesidades básicas: Redelina Silva no se despega de su primogénito, uno de los sobrevivientes de la masacre de Sanabamba.

Ella estaba en su casa de la población de Pampa Hermosa, en la lejanísima localidad selvática de Contamama, entregada a las tareas domésticas, cuando de pronto escuchó el nombre y apellido de su hijo en el noticiero de radio. Fue como un fogonazo. Redelina de inmediato se comunicó con el Ejército y pidió estar al lado de José. La institución castrense accedió. Ni bien llegó a Lima e ingresó al Hospital Militar, Redelina se instaló junto a la cama de su querido José. Desde de entonces no se despega del lugar. Desayuna, almuerza y cena con él. Para José, Redelina es ahora la mejor enfermera del mundo.

El sargento no recuerda mucho lo que sucedió. La detonación, la polvareda y el dolor le nublaron la memoria. “Estábamos caminando cuando reventó la explosión. Solo recuerdo que llamaba a mis compañeros que estaban tirados a lo largo del camino. Era la segunda vez que iba a la zona. Me refugié detrás de una piedra y luego se unieron mis compañeros, quienes me auxiliaron”, dijo.

Al menos 100 metros de la trocha estaba minada. Por eso el alto número de víctimas. Un explosivo dañó seriamente la pierna derecha del sargento José Huamán. Felizmente, el radioperador de una de las dos patrullas se salvó y pudo comunicar lo ocurrido a la base de Sanabamba, de donde habían salido un total de 30 elementos. Los refuerzos llegaron después de siete horas, a las 11 de noche. Por la gravedad de las heridas, Huamán requería atención inmediata para detener la infección y salvar la pierna.

Según los médicos que lo atendieron, tuvieron que amputarle la extremidad porque estaba gangrenada. “Para que las heridas de las víctimas de las esquirlas de metal se infecten rápidamente, los terroristas embadurnan con excremento humano los explosivos”, dijo un oficial del Ejército que atiende a los sobrevivientes de Sanabamba. Los senderistas mataron a 15 soldados. Los que se salvaron fueron testigos del espantoso “repase” de los heridos. El cabo Ari Zevallos Tapia, de 19 años, lo vio todo. Observó cómo una mujer obligaba a un niño a rematar en la cabeza a su compañero Robin Macedo Sima, de 18 años.

ATAQUE EN MASA

“Yo vi a mis amigos morir”, relató Zevallos: “Estuvimos caminando como seis horas cuando escuché la detonación que me hizo volar. Cuando he vuelto a razonar estaba botado a un lado del camino escuchando disparos por todos lados. Lo que atiné fue a llamar al de Sanidad porque pensé que había pisado una mina y que solo yo había resultado herido, pero luego vi a mis compañeros tirados a mi alrededor. Busqué dónde me había afectado la explosión y vi mis brazos y mis piernas. Los disparos venían de todos sitios. Por fortuna los tres disparos que me dieron cayeron en mi casco. Lo que hice fue arrastrarme para realizar una contraemboscada y en ese momento vi que los que nos atacaban eran niños y señoras y lo que hice fue esconderme y buscar que no me ubicaran”.

“Yo vi a un niño matando a mi amigo, el cabo Robin Macedo Sima, que no pudo huir porque las esquirlas le habían reventado el estómago y estaba malherido”, continuó el cabo Ari Zevallos: “Una de las señoras le dijo al niño, que tendría unos 11 años: ¡Mátalo! Y el niño le dio el tiro de gracia en la cabeza. Yo no pude hacer nada. Los senderistas se quedaron en la zona hasta que comenzó a oscurecer”.

Todos coincidieron en resaltar la presencia de las mujeres y los niños en Sanabamba. Son la “masa”, como les dicen los terroristas, los pobladores sometidos y habituados a la vida de los terroristas. Estas personas se infiltran en las comunidades. Es muy difícil identificarlos como senderistas.

El cabo Luis Pérez Shuña, de 22 años, también natural de Pucallpa, afirmó que al observar a los menores de edad decidieron no disparar: “Había pocos hombres entre los atacantes. Eran las mujeres las que bajaban de los cerros y remataban a los soldados”, señaló el militar herido: “Nosotros estábamos heridos pero no tanto como para no atacar, yo tenía la idea de atacar, pero al ver que también había muchos niños de 8 a 14 años, no lo hicimos. Era como querer disparar a mi hermanito, a mi sobrinito, no pudimos hacerlo, la verdad”.

NO SALIERON A PASEAR

El cabo Julio Fernández Vargas, de 19 años, era el último de su patrulla. Las esquirlas le arrancaron un pedazo de piel de un brazo. Los médicos tuvieron que hacerle un injerto con piel de uno de sus muslos. Fernández también pudo ver a los atacantes.

“A nuestro alrededor solo había monte y abismo. Nosotros estábamos caminando por una trocha de subida que bordeaba un cerro. Yo era el último hombre del grupo, quien controlaba que la gente no se quedara. El capitán Fernando Suárez Pichilingüe estaba adelante y cuando íbamos a doblar el cerro sentí la explosión que me levantó y arrojó al abismo a unos 20 metros de profundidad. Al recuperarme intenté repeler el ataque”, narró Fernández: “Del cerro bajaba gente gritando que íbamos a morir, que éramos unos mantenidos del Estado y por eso cogí mi fusil para atacar, pero vi que quienes bajaban eran niños que recogían las pertenencias de los soldados y también vi a mujeres que remataban a mis compañeros heridos. A mí no me remataron porque estaba abajo y no me vieron. En total serían unos cuarenta, entre hombres, niños y mujeres”.

A Redelina Silva la confunden con una paciente del Hospital Militar porque todo el día está con su hijo, el sargento José Huamán. Incluso le han facilitado una cama a su costado. Cuando su madre mira entristecida al hijo sin una pierna y malherido, Huamán la reconforta: “Mamá, iría de nuevo. La guerra continúa”.

Era operación militar

Los soldados fueron atacados cuando salieron a instalar una base temporal de avanzada para detener el flujo de insumos quí-micos y droga en la zona. Era una operación militar en la que participaron 30 hom-
bres. No fueron a buscar comida ni leña.

“En la base de Sanabamba tenía cinco meses y me faltaba poco para que me cambiaran. Era la segunda vez que iba a Supichipampa. El año pasado, en setiembre, me quedé una semana. Esta vez íbamos a crear una base temporal”, explicó el cabo Ari Zevallos Tapia, natural de Pucallpa, como la mayoría de combatientes.

Julio Fernández ratificó que se trataba de una operación estrictamente militar, que el objetivo era apuntalar la zona de control y levantar una nueva instalación contrasubversiva temporal.