OLÍTICA | Jue. 06 ago '09
OLÍTICA | Jue. 06 ago '09Núcleo ejecutor: inesperado personaje
El presidente García ha puesto sobre la mesa el naipe del núcleo ejecutor. El Gobierno Central, las regiones y los municipios no podrán gastar más del 80% de su presupuesto y millones de soles quedarán en caja, suma que gastarían los núcleos ejecutores. La población elegirá en asambleas a estos organismos, y se argumenta que la participación popular acelerará la ejecución presupuestal y controlará la corrupción. No importa que el Foncodes de Carlos Arana gaste 80% en planilla y solo 9% en obra.
La propuesta suena linda, pero extraña en un gobierno que se ha mostrado ciego y sordo dialogando con las poblaciones locales. De súbito, la participación popular se convierte en fórmula mágica para un régimen concentrado en la macroeconomía y que ha transferido casi todo a regiones y municipios. Nadie desmerece semejantes objetivos, trascendentes para un Perú moderno. Sin embargo, si en la administración central se olvida que los gobiernos descentralizados recién balbucean en la cosa pública, entonces, se desencadena la hemiplejia estatal: hay plata, pero no se puede gastar y los pobres son los más afectados.
Si de la indiferencia pasamos a la obsesión en la participación popular, es legítimo que la suspicacia se alce. El núcleo ejecutor es un sistema creado durante la administración de Alejandro Afuso, de Foncodes. Se implementaba sobre la base de un mapa de pobreza. Allí donde no llegaban el ministerio, la región y el municipio se presentaba Foncodes y promovía asambleas comunales, que elegían a sus núcleos ejecutores. El dinero para un puente también alcanzaba para la escuela, porque el pueblo compraba y se movilizaba en la construcción de las obras. Además, trabajar con los pobres extremos no significaba gran cosecha de votos porque, en esas zonas, la población era mínima. El resultado sorprendió al Banco Mundial, al BID y a otras organizaciones multilaterales, que consideraron a la entidad liderada por Afuso un ejemplo planetario.
La pregunta, entonces, es: ¿qué tienen que ver 100 núcleos ejecutores inaugurados recientemente en Lima con los pobres extremos? ¿No hay ministerio, no hay región ni municipios en la capital? ¿Por qué se empieza en el lugar donde nunca se debió comenzar? La propuesta huele a movilización política o a disparo al aire. Si se quiere acelerar el gasto, ¿no se deben dictar medidas de urgencia para producir un terremoto gerencial?
Es increíble, pero el segundo gobierno aprista hasta hoy no sabe cómo vincularse al sector popular no obstante su historia enlazada con la izquierda y las luchas sociales del siglo pasado. Ese vacío es la principal explicación para cualquier avance chavista. El viraje a la derecha es tan traumático que, en el inconsciente aprista, pareciera negarse a lo popular.
El presidente García ha puesto sobre la mesa el naipe del núcleo ejecutor. El Gobierno Central, las regiones y los municipios no podrán gastar más del 80% de su presupuesto y millones de soles quedarán en caja, suma que gastarían los núcleos ejecutores. La población elegirá en asambleas a estos organismos, y se argumenta que la participación popular acelerará la ejecución presupuestal y controlará la corrupción. No importa que el Foncodes de Carlos Arana gaste 80% en planilla y solo 9% en obra.
La propuesta suena linda, pero extraña en un gobierno que se ha mostrado ciego y sordo dialogando con las poblaciones locales. De súbito, la participación popular se convierte en fórmula mágica para un régimen concentrado en la macroeconomía y que ha transferido casi todo a regiones y municipios. Nadie desmerece semejantes objetivos, trascendentes para un Perú moderno. Sin embargo, si en la administración central se olvida que los gobiernos descentralizados recién balbucean en la cosa pública, entonces, se desencadena la hemiplejia estatal: hay plata, pero no se puede gastar y los pobres son los más afectados.
Si de la indiferencia pasamos a la obsesión en la participación popular, es legítimo que la suspicacia se alce. El núcleo ejecutor es un sistema creado durante la administración de Alejandro Afuso, de Foncodes. Se implementaba sobre la base de un mapa de pobreza. Allí donde no llegaban el ministerio, la región y el municipio se presentaba Foncodes y promovía asambleas comunales, que elegían a sus núcleos ejecutores. El dinero para un puente también alcanzaba para la escuela, porque el pueblo compraba y se movilizaba en la construcción de las obras. Además, trabajar con los pobres extremos no significaba gran cosecha de votos porque, en esas zonas, la población era mínima. El resultado sorprendió al Banco Mundial, al BID y a otras organizaciones multilaterales, que consideraron a la entidad liderada por Afuso un ejemplo planetario.
La pregunta, entonces, es: ¿qué tienen que ver 100 núcleos ejecutores inaugurados recientemente en Lima con los pobres extremos? ¿No hay ministerio, no hay región ni municipios en la capital? ¿Por qué se empieza en el lugar donde nunca se debió comenzar? La propuesta huele a movilización política o a disparo al aire. Si se quiere acelerar el gasto, ¿no se deben dictar medidas de urgencia para producir un terremoto gerencial?
Es increíble, pero el segundo gobierno aprista hasta hoy no sabe cómo vincularse al sector popular no obstante su historia enlazada con la izquierda y las luchas sociales del siglo pasado. Ese vacío es la principal explicación para cualquier avance chavista. El viraje a la derecha es tan traumático que, en el inconsciente aprista, pareciera negarse a lo popular.
La propuesta suena linda, pero extraña en un gobierno que se ha mostrado ciego y sordo dialogando con las poblaciones locales. De súbito, la participación popular se convierte en fórmula mágica para un régimen concentrado en la macroeconomía y que ha transferido casi todo a regiones y municipios. Nadie desmerece semejantes objetivos, trascendentes para un Perú moderno. Sin embargo, si en la administración central se olvida que los gobiernos descentralizados recién balbucean en la cosa pública, entonces, se desencadena la hemiplejia estatal: hay plata, pero no se puede gastar y los pobres son los más afectados.
Si de la indiferencia pasamos a la obsesión en la participación popular, es legítimo que la suspicacia se alce. El núcleo ejecutor es un sistema creado durante la administración de Alejandro Afuso, de Foncodes. Se implementaba sobre la base de un mapa de pobreza. Allí donde no llegaban el ministerio, la región y el municipio se presentaba Foncodes y promovía asambleas comunales, que elegían a sus núcleos ejecutores. El dinero para un puente también alcanzaba para la escuela, porque el pueblo compraba y se movilizaba en la construcción de las obras. Además, trabajar con los pobres extremos no significaba gran cosecha de votos porque, en esas zonas, la población era mínima. El resultado sorprendió al Banco Mundial, al BID y a otras organizaciones multilaterales, que consideraron a la entidad liderada por Afuso un ejemplo planetario.
La pregunta, entonces, es: ¿qué tienen que ver 100 núcleos ejecutores inaugurados recientemente en Lima con los pobres extremos? ¿No hay ministerio, no hay región ni municipios en la capital? ¿Por qué se empieza en el lugar donde nunca se debió comenzar? La propuesta huele a movilización política o a disparo al aire. Si se quiere acelerar el gasto, ¿no se deben dictar medidas de urgencia para producir un terremoto gerencial?
Es increíble, pero el segundo gobierno aprista hasta hoy no sabe cómo vincularse al sector popular no obstante su historia enlazada con la izquierda y las luchas sociales del siglo pasado. Ese vacío es la principal explicación para cualquier avance chavista. El viraje a la derecha es tan traumático que, en el inconsciente aprista, pareciera negarse a lo popular.
El presidente García ha puesto sobre la mesa el naipe del núcleo ejecutor. El Gobierno Central, las regiones y los municipios no podrán gastar más del 80% de su presupuesto y millones de soles quedarán en caja, suma que gastarían los núcleos ejecutores. La población elegirá en asambleas a estos organismos, y se argumenta que la participación popular acelerará la ejecución presupuestal y controlará la corrupción. No importa que el Foncodes de Carlos Arana gaste 80% en planilla y solo 9% en obra.
La propuesta suena linda, pero extraña en un gobierno que se ha mostrado ciego y sordo dialogando con las poblaciones locales. De súbito, la participación popular se convierte en fórmula mágica para un régimen concentrado en la macroeconomía y que ha transferido casi todo a regiones y municipios. Nadie desmerece semejantes objetivos, trascendentes para un Perú moderno. Sin embargo, si en la administración central se olvida que los gobiernos descentralizados recién balbucean en la cosa pública, entonces, se desencadena la hemiplejia estatal: hay plata, pero no se puede gastar y los pobres son los más afectados.
Si de la indiferencia pasamos a la obsesión en la participación popular, es legítimo que la suspicacia se alce. El núcleo ejecutor es un sistema creado durante la administración de Alejandro Afuso, de Foncodes. Se implementaba sobre la base de un mapa de pobreza. Allí donde no llegaban el ministerio, la región y el municipio se presentaba Foncodes y promovía asambleas comunales, que elegían a sus núcleos ejecutores. El dinero para un puente también alcanzaba para la escuela, porque el pueblo compraba y se movilizaba en la construcción de las obras. Además, trabajar con los pobres extremos no significaba gran cosecha de votos porque, en esas zonas, la población era mínima. El resultado sorprendió al Banco Mundial, al BID y a otras organizaciones multilaterales, que consideraron a la entidad liderada por Afuso un ejemplo planetario.
La pregunta, entonces, es: ¿qué tienen que ver 100 núcleos ejecutores inaugurados recientemente en Lima con los pobres extremos? ¿No hay ministerio, no hay región ni municipios en la capital? ¿Por qué se empieza en el lugar donde nunca se debió comenzar? La propuesta huele a movilización política o a disparo al aire. Si se quiere acelerar el gasto, ¿no se deben dictar medidas de urgencia para producir un terremoto gerencial?
Es increíble, pero el segundo gobierno aprista hasta hoy no sabe cómo vincularse al sector popular no obstante su historia enlazada con la izquierda y las luchas sociales del siglo pasado. Ese vacío es la principal explicación para cualquier avance chavista. El viraje a la derecha es tan traumático que, en el inconsciente aprista, pareciera negarse a lo popular.
La propuesta suena linda, pero extraña en un gobierno que se ha mostrado ciego y sordo dialogando con las poblaciones locales. De súbito, la participación popular se convierte en fórmula mágica para un régimen concentrado en la macroeconomía y que ha transferido casi todo a regiones y municipios. Nadie desmerece semejantes objetivos, trascendentes para un Perú moderno. Sin embargo, si en la administración central se olvida que los gobiernos descentralizados recién balbucean en la cosa pública, entonces, se desencadena la hemiplejia estatal: hay plata, pero no se puede gastar y los pobres son los más afectados.
Si de la indiferencia pasamos a la obsesión en la participación popular, es legítimo que la suspicacia se alce. El núcleo ejecutor es un sistema creado durante la administración de Alejandro Afuso, de Foncodes. Se implementaba sobre la base de un mapa de pobreza. Allí donde no llegaban el ministerio, la región y el municipio se presentaba Foncodes y promovía asambleas comunales, que elegían a sus núcleos ejecutores. El dinero para un puente también alcanzaba para la escuela, porque el pueblo compraba y se movilizaba en la construcción de las obras. Además, trabajar con los pobres extremos no significaba gran cosecha de votos porque, en esas zonas, la población era mínima. El resultado sorprendió al Banco Mundial, al BID y a otras organizaciones multilaterales, que consideraron a la entidad liderada por Afuso un ejemplo planetario.
La pregunta, entonces, es: ¿qué tienen que ver 100 núcleos ejecutores inaugurados recientemente en Lima con los pobres extremos? ¿No hay ministerio, no hay región ni municipios en la capital? ¿Por qué se empieza en el lugar donde nunca se debió comenzar? La propuesta huele a movilización política o a disparo al aire. Si se quiere acelerar el gasto, ¿no se deben dictar medidas de urgencia para producir un terremoto gerencial?
Es increíble, pero el segundo gobierno aprista hasta hoy no sabe cómo vincularse al sector popular no obstante su historia enlazada con la izquierda y las luchas sociales del siglo pasado. Ese vacío es la principal explicación para cualquier avance chavista. El viraje a la derecha es tan traumático que, en el inconsciente aprista, pareciera negarse a lo popular.