Por: Juan Paredes Castro |
Cuando uno pregunta cuál es la regla de oro básica de la política económica peruana se reconocerá que es el equilibrio fiscal, según el cual los egresos no deben ser mayores que los ingresos.
En cambio la pregunta de cuál es la regla de oro básica de nuestro sistema político sencillamente no tiene una respuesta porque no hay regla de oro que nombrar, ni básica ni amplia. ¡Una desgracia!
Sin embargo, con motivo de la presentación del libro "Reforma política: para consolidar el régimen democrático" de Henry Pease, este ensayó una respuesta a la segunda pregunta, atreviéndose a proponer la figura de la concertación como esa regla de oro básica que tanta falta le hace a la política peruana.
¿Desde qué remotos tiempos de la vida republicana no han podido sentarse a una misma mesa nuestros actores políticos, que no sea para redactar una nueva Constitución o para firmar alguna declaración de difícil cumplimiento, como el Acuerdo Nacional?
Quizá todos ellos estuvieron más tentados a los contubernios oscuros que a las concertaciones transparentes y llevados a grandes trancos por la inercia del mando vertical heredado de la colonia.
¿Si no es la concertación, qué otra podría ser la regla de oro básica de la política peruana, capaz de articularla, revitalizarla y dignificarla?
Al quedarnos con la concertación, como sugiere Pease, preguntémonos nuevamente: ¿Qué esperan el presidente Alan García y su primer ministro, Jorge del Castillo, para dejar de tener convidados de piedra en la mesa de la política peruana?
Ambos deberían empezar por convocar a los de arriba y a los de abajo y a los de la mitad a un diálogo horizontal representativo que baje las pasiones e hinchazones acumuladas en los más urticantes temas de este tiempo; o, en su defecto, los líderes regionales, agrarios y laborales podrían hacerlo también, despojándose del prurito tonto de que con ello le harían el juego al gobierno.
Eso es de civilizados. Eso no trae tumulto ni violencia. Eso es entrar en razón.
La concertación permite pues ir y venir, entrar y salir, hacer valer la opinión propia y respetar la ajena, acordar puntos mínimos comunes y descartar puntos máximos discrepantes, ponerse de acuerdo por el país y convertir en no negociable todo lo que se oponga al interés nacional.
¿Acaso esto no basta y sobra para avanzar en política, en lugar de retroceder a las cavernas?
¡Cómo el Congreso de estos días no puede hacer siquiera un ensayo en un acto de la concertación que más conviene a sus fines!
Podría levantar con ella su estrafalaria imagen y devolverle un haz de luz a ese hemiciclo fantasmagórico que cada día espanta la inteligencia y la confianza de los electores del 2006.