martes, 24 de junio de 2008

Opiniones. Identidad y violencia

Domingo

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Vejamen. Los ciclistas detenidos y difamados por la PNP y el serenazgo de Miraflores.
Robo el título de esta columna al magnífico y polémico libro de Amartya Sen, economista indio Premio Nobel de Economía, famoso por su concepción del desarrollo humano como libertad. El título completo es Identidad y violencia. La ilusión del destino (Buenos Aires: Katz, 2007), y en él se discute, entre otras, la tesis de identidades únicas y cerradas en las que encasillamos a las personas cuando dividimos a la población mundial por civilizaciones o religiones. Esto, por supuesto, se plantea en polémica con la famosa tesis del choque de civilizaciones del estadounidense Samuel Huntington, que supone una única identidad en aquellos a quienes se identifica como miembros de una civilización (musulmana, por ejemplo, y mala por añadidura).

El trabajo de Sen aboga, frente a estas identidades monolíticas, por la libertad que tenemos o deberíamos tener de poder decidir acerca de la importancia relativa que otorgamos a nuestras variadas identidades. Así, el ejemplo que pone de sí mismo respecto de sus diversas filiaciones o grupos de pertenencia, resulta muy iluminador: puedo ser, al mismo tiempo, nos dice, asiático, ciudadano indio, bengalí, residente británico o estadounidense, economista, filósofo diletante, escritor, creyente en el laicismo y la democracia, hombre, feminista, heterosexual, defensor de los derechos de los gays y las lesbianas, con un estilo de vida no religioso.

Admitiendo esta pluralidad, lo crucial para hablar de libertad es poder tener la capacidad de decidir qué importancia adjudicarle a uno u otro de los aspectos de nuestra identidad. Pero esto se da siempre en determinados contextos particulares y depende, en una medida muy importante, de cómo nos quieren ver los demás.

¿Por qué hablar hoy de este tema? Porque lo sucedido con los jóvenes que fueron capturados en Larcomar la semana pasada y acusados de ladrones, así como lo sucedido con los choferes encarcelados por supuestamente haber matado a la policía escolta de una delegación en la reciente cumbre, nos invita a pensar sobre el tema de nuestras identidades, o las que nos adscriben, y la violencia repudiable que ello puede generar de manera innecesaria y gratuita.

Jóvenes que se sienten con el derecho de visitar un lugar determinado, para participar en una actividad deportiva pública, terminan siendo encarcelados por su aspecto, el color de su piel o, dicho directamente, por ser cholos. Como bien dijo irónicamente Augusto Álvarez Rodrich en una columna, podemos inventar otro chiste racista: ‘blanco con MP4, cliente; cholo con MP4, choro’, que viene a completar esa lamentable tradición indicada por otro famoso: ‘blanco que corre, atleta; negro que corre, ladrón’.

En un afán desmesurado de mostrar resultados, policías y autoridades cometen abusos confirmando la triste realidad cultural que esos chistes revelan. El racismo, amén de muchas otras cosas, atenta directamente no sólo contra nuestra libertad ciudadana de ir al sitio público que nos plazca y participar en actividades colectivas con otros ciudadanos, sino que niega directamente esa libertad de elegir quiénes somos y cómo queremos que los demás nos vean. Cuando el reconocimiento que los demás nos otorgan es peyorativo y cuando nos someten a la violencia gratuita por quiénes o cómo somos, sólo podemos construir una identidad que tiende a la desvalorización y al menosprecio.

Me parece magnífico que estos actos y situaciones se denuncien y condenen. Que se hable y se escriba abiertamente sobre el racismo de nuestra sociedad. Pero el efecto inmediato de estas circunstancias es la pérdida de libertad. Me comentaba una colega que la reacción en muchos hogares limeños es, "ya ves, hijo, para qué vas a esos lugares". Es decir, retroceder respecto de espacios y libertades conquistadas.

Aun cuando podamos cuestionar algunas de las tesis de Sen respecto de la posibilidad real de elegir cuál de nuestras identidades queremos valorar, es indudable que el racismo traducido en violencia es uno de los peores frenos para el ejercicio de nuestras mínimas libertades como seres humanos.