jueves, 18 de octubre de 2007

“Alan se arrepiente del pasado y se va al otro extremo”

El jefe del Departamento de Economía de la Universidad Católica y columnista de este diario cuestiona la vieja falacia neoliberal según la cual los bajos costos laborales, principalmente los bajos sueldos, son indispensables para que las empresas puedan generar empleo. Iguíñiz busca aquí desmontar una serie de mitos que ciertos economistas han buscado instalar como dogmas en la opinión pública.

Por Enrique Patriau
Fotos: Claudia Alva

Image–Suele afirmarse: "con salarios bajos, las empresas pueden contratar a mayor cantidad de empleados". ¿Qué le sugiere esa afirmación?

–Esa visión es incompleta.

–¿Por qué?

–Porque las empresas funcionan con un máximo de trabajadores y no van a contratar más de los que necesiten, por más bajos que estén los sueldos. Eso para empezar. Y en segundo lugar, este argumento no toma en cuenta que, en general, la generación de empleo está más asociada a la expansión del mercado. Cuando el mercado se expande, pasa algo muy importante para el empleo: se diversifica la economía. Emergen nuevas actividades…

–Y nuevos puestos laborales.

–Pero todo esto supone mirar el mercado de trabajo en términos de largo plazo, supone entender que la fuente de más puestos de trabajo no son los salarios bajos. Más bien, es muy importante que la clase media se expanda, que crezca la demanda.

–Aunque del otro lado siempre dirán que los salarios altos impiden contratar a más personas.

–La salida histórica a ese problema es la inversión en nueva tecnología. Los empresarios invierten en ella cuando necesitan competir de verdad, no en base al cholo barato sino en base a la calidad y precio de sus productos. ¿Qué quiere decir eso? Algo clave: que el cambio tecnológico permite pagar más y vender más barato.

–Claro, pero acá no se invierte en tecnología.

–Ese es el punto. Si el precio de la fuerza de trabajo es muy bajo, hay menos exigencia de cambio tecnológico porque puedo seguir ganando sin innovar. Y eso es dañino a mediano y largo plazo porque en mano de obra barata siempre nos van a ganar los chinos.

–Partiendo de lo más obvio: son muchísimos más.

–Y arrancan desde salarios realmente bajos. Pretender competir contra eso es ir por el camino equivocado.

–Si se invierte en tecnología, debe hacerse otro tanto en capacitación.

–Eso debe correr por parte de la empresa. Está demostrado que el gasto en capacitación es mayor cuanto mayor es la estabilidad de los trabajadores. Claro, mientras más difícil es despedir a alguien, no queda otra que capacitarlo continuamente para que pueda adaptarse a lo que una empresa necesita. El caso más extremo es Japón, con una ley absolutamente rígida, donde el despido es casi imposible y, en simultáneo, existe un entrenamiento intensivo.

–Acá no hay estabilidad laboral. Es casi una mala palabra. Sí existe el despido arbitrario. Y algunos reclaman todavía mayor flexibilidad.

–En eso hemos entrado en una discusión, a mi juicio, lamentable, ¿no? Lo que ha estado en agenda es cuán caro debe ser el despido arbitrario, con lo cual estamos ante un tipo de debate penoso. En principio, esa arbitrariedad no debería existir. Algunos quisieran que la arbitrariedad sea barata, y eso es muestra de que la política económica y la cultura empresarial peruanas no apuntan todavía hacia el cambio tecnológico, hacia el aumento de la productividad. ¿O de qué otra manera se puede competir con productores de otros países?

–Con la flexibilidad opera la misma lógica de los salarios bajos: más fácil es deshacerse de empleados, más fácil es contratar nuevos.

–Pero no se olvide de que las empresas necesitan cada vez más trabajadores calificados. Lo que ha estado ocurriendo es que se ha sacado a gente, o porque era muy cara mantenerla con sus beneficios, o porque ya era mayor, y se ha contratado a jóvenes ya capacitados, que en términos de entrenamiento no han significado costos significativos para los empresarios. Bueno, ya no hay tantos afuera en condiciones de adosarse al ritmo de una empresa con las suficientes habilidades o preparación. Por eso, ha llegado el momento de pensar en una nueva etapa, en la que la capacitación en la empresa se convierte en una necesidad. En el Perú hemos vivido una época que llamaría de sobrecalificación, es decir, mucha gente ha tenido que buscarse un trabajo que nada tenía que ver con lo que estudió. Eso ya se acaba.

Pobreza como solución

–Usted ha escrito que, para cierta visión empresarial, la pobreza es una solución. ¿Por qué?

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"Es el momento para que el Estado negocie con las mineras condiciones más equilibradas".

–Yo siento que hay unas reglas de juego y unas políticas públicas que hacen que muchos empresarios estén presos de dilemas. Imagínate en un bote que se está hundiendo por sobrepeso: ¿a cuántos arrojo al mar para que el bote siga flotando? Eso no siempre es culpa del que conduce, sino que la lógica de la competencia obliga a tomar decisiones complicadas. La otra alternativa, abandonar el bote, perjudica a todos. Por eso digo que el mantenimiento de la pobreza, para algunos, es la solución. Y eso es en general, pero en el Perú se hace más a la bruta, como todo.

–Podría haber políticas sociales que protejan en algo a los náufragos.

–En otros países dicen: ¡tiren a tres al agua! Pero los lanzan con un colchón salvavidas. Acá se les dice: vean cómo nadan. Todo esto suena terrible, pero es tan cotidiano que nos hemos acostumbrado a considerar normales situaciones en donde las decisiones a tomar son terribles. Si hubiera un seguro de desempleo, aunque sea temporal, ya ayudarías a flotar…

–Plantear un tema como ese es para ser tachado, mínimo, de comunista.

–La acusación remite al siglo pasado, pero el problema que expongo es real y actual. Es como si los muertos y heridos no contaran. Ese es mi punto. Todo de lo que estamos conversando forma parte de una lógica de reglas de juego que deben respetarse para sobrevivir. Y ojo, que yo no propongo como solución políticas sociales de mitigación. Yo hablo del cambio tecnológico para aumentar la productividad. Esa es una salida distinta que lleva al aumento de salarios. La gente ya se olvidó de que lo más progresista que puede hacer el sistema económico es mejorar la calidad de los productos, vender más barato y pagar más a los trabajadores. Suena a utopía, pero esa es la normalidad de economías competitivas. La tarea del Estado es ampliar las posibilidades de competir y hacer negocio sin tener que basarse en la prolongación o aumento de la pobreza.

–Mientras, en el Perú se habla de chorreo, cuando la vasija de los de arriba ya esté bien llena. El discurso es: paciencia, que ya van a caer las primeras gotas.

–El punto es quién pide paciencia. Cuando uno ve a sus hijos abandonando el instituto porque no se tiene cómo pagar, o ve a sus padres en casa sin jubilación, ¿cómo se puede tener paciencia ahí? Es fácil tenerla cuando uno no sufre los sacrificios del crecimiento, fuera de trabajar 10 horas al día. En el Perú, en los últimos 25 años, ha imperado la mirada del corto plazo para aprovecharse del momento, con poca perspectiva…

–No existe un enfoque solidario.

–No, no. Más bien se ha aprovechado la desgracia ajena para convertirla en fuente de progreso. El individualismo y desconfianza en el Perú son muy grandes como para pensar en el otro en términos de próximo.

Minería y desarrollo

–¿Cree que es la minería indispensable para el desarrollo del país?

–Yo creo que la minería responsable es necesaria. Y ahora hay mucho margen para eso. Las perspectivas de la minería en el Perú son tan extraordinarias que toda empresa significativa tiene en agenda no solamente un proyecto, sino varios detrás. Por lo tanto, este momento es altamente favorable para que un poder público que se haga respetar ponga condiciones a favor de todos, incluyendo, desde luego, a los propios campesinos. Es el momento ideal para negociar. ¿Se da cuenta? Podría haber una minería que no fuera pirata, esa que saquea y se va en galeón.

–Sin embargo, queda claro que el Estado se pone solamente de un lado: el minero. Y se le nota muy poco proclive a defender los intereses de los ciudadanos.

–Es un método que se hizo popular durante el régimen de Fujimori, que entraba a la bruta, como sea. Lo terrible es que, dadas las condiciones actuales, es un camino innecesario. Se podría darles a las empresas un horizonte de estabilidad indispensable para que se ratifiquen en su proyecto a 30 años, pero cumpliendo a la vez determinadas reglas referidas al cuidado del medio ambiente, a las relaciones con los campesinos.

–¿Por qué cree que el Estado solamente saca cara por las mineras?

–Porque tiene una mirada muy simple de progreso y pone toda su esperanza en las exportaciones mineras, sin tomar en cuenta la necesidad del desarrollo industrial, de promover una ancha base de crecimiento y aumento de productividad. Claro, todo se reduce a apostar por la minería. ¿Y el resto? Que venga por chorreo.

–¿Y no tiene que ver también la posición política y económica del presidente García?

–Lo de García es una sobrerreacción a una trayectoria, a un pasado del cual se arrepiente, pero que no requería un movimiento pendular tan extremo para recibir la confianza de los inversionistas. Podría haber sembrado esa confianza con medidas de estadista más balanceadas.