Carlos Reyna Yzaguirre.
Es obvio que el Presidente y el gabinete Del Castillo están saliendo del terremoto con una imagen deslustrada, por lo menos. La palabra desorden es la más usada por el periodismo para referirse a su desempeño ante la emergencia.
Todo indica que el gobierno subestima la magnitud de su menoscabo ante la opinión pública y el periodismo. A cualquier pregunta en serio de los periodistas, responden con una soberbia que además de desatinada les puede costar muy caro en términos políticos.
Esta ha sido la coyuntura en que el periodismo nacional ha sido más agudo e independiente en relación con el gobierno. Los complacientes son muy pocos y son justamente los que se distinguen por su inconmovible amigabilidad con Palacio.
El propio periodismo extranjero ha sido muy crítico. Allí no se ven excepciones ni fisuras. El Presidente y sus prójimos harían bien en darles una revisada a los despachos de Reuters, AFP, AP o EFE; a los reportajes de diarios latinoamericanos o españoles como Clarín, El Mercurio, Excélsior, El País y El Mundo o a las notas de CNN y la BBC. Les ayudarán a ubicarse.
La razón de esta consensual criticidad del periodismo de dentro y de fuera es bastante simple. En una situación de desastre o de gran emergencia social el foco del periodismo vira radicalmente hacia la gente. Lo que es noticia es lo que la gente padece y expresa. Micrófonos, cámaras y preguntas van prioritariamente a lo que viven y dicen las personas normalmente sumidas en el anonimato.
La voz del Presidente o los altos funcionarios, que reciben la principal atención de la prensa en tiempos normales, pasa a un segundo plano en las coyunturas de desastre. Más les vale coincidir con aquella vox populi temporalmente preferida y revestida de enorme credibilidad por la prensa.
El problema con el gobierno es que, en lugar de emular a este giro coyuntural del periodismo hacia la gente, opta por descalificarlo o por negarse a responder a sus inquietudes. Su estrategia comunicativa se reduce a conversar con los bacanes y mecer a la gente.
Eso explica por qué hay tanta blandura y tanta indulgencia con la empresa Telefónica, pese a que su enorme deficiencia, primero, y después sus obvias mentiras, han indignado a todo el país. O por qué no hay cambios en el ministerio de Transportes y Comunicaciones pese a que ya a la ministra no la quieren ni los apristas mismos.
También explica por qué se coloca al frente del nuevo organismo de reconstrucción a un empresario cuyas credenciales democráticas son tan discutibles como la condición de exitoso que se le atribuye. Y en cambio, del rediseño de INDECI, aún no se le dice nada a este sísmico Perú nuestro.