El terremoto del 15 de agosto y la proximidad del 11 de setiembre nos conducen unívocamente a un tema central: el miedo. Esta nota examina algunos de los temores, históricos y actuales, más recurrentes en los peruanos.
Por Raúl A. Mendoza C.
1. El miedo al otro
Nuestro destino histórico ha sido temerle al "otro". En la costa, desde mediados del siglo XX predominó la leyenda urbana de la invasión desde los cerros. La reacción inmediata de los sectores A y B ha sido el enrejado, cuando no la evasión hacia otros barrios. De lo que se trataba era de impedir la mezcla, el allanamiento o el robo. A esos temores se sumaron viejos mitos como el Inkarri, recogido de la milenaria tradición oral andina. Según esta creencia, España dispersó los miembros del Inkarri (Dios andino) por los cuatro lados del Tawantinsuyo y enterró su cabeza en el Cusco. Sin embargo, esta cabeza está viva y viene regenerándose en secreto. Cuando reconstituya su cuerpo, volverá, derrotará a los españoles y restaurará el Tawantinsuyo por la fuerza.
Pero los miedos no sólo son criollos. En la sierra rige el mito del Pishtaco. Este es uno de los personajes de mayor presencia en la narrativa oral andina. El Pishtaco es, según la tradición, un hombre barbudo y rubio (como los antiguos conquistadores), el demonio blanco, invencible y lujurioso que mata por orden superior y con el único propósito de extraerles la grasa a sus víctimas. Aun ahora aparece y ataca en los parajes desolados de la serranía.
2. El miedo a la invasión
El miedo a la invasión no siempre se basa en resortes irracionales o mitologías, muchas veces se sustenta en amenazas que acechan realmente. Uno de los grandes temores nacionales durante siglos fue el de la invasión pirata. En 1615 los piratas holandeses al mando de George Spilberg decidieron tomar Lima y se acercaron al Puerto del Callao ante la mirada aterrada de los limeños que solo atinaron a rezar de hinojos en las calles. Ante la proximidad del desembarco se cuenta como anécdota que Santa Rosa reunió a las mujeres de Lima en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario para unirse al rezo. Y entonces ocurrió lo imprevisto: el fiero capitán falleció súbitamente en su barco, con lo que los enemigos que se acercaban optaron por la retirada. La leyenda atribuye el milagro a la santa. Temores y fe íntimamente ligados.
Pero no siempre los poderes divinos estuvieron a la mano. El corsario Francis Drake, tras atacar Valparaíso a bordo de su buque Golden Hind atracó en el Callao, saqueando el puerto (13 de febrero de 1579). El corsario inglés Thomas Cavendish intentó arrasar el puerto en 1587. Richard Hawkins atacó en 1594, Jacobo Clerk en 1624, Eduard Davis en 1684 y 1686 (quien ocasionó los saqueos más devastadores en los puertos del Pacífico), Roggier Wodes en 1707 y el corsario George Anson en 1742.
Los miedos, como la energía, jamás se destruyen, solo se transforman. A las invasiones piratas de los siglos XVI, XVII y XVIII sucederían, centuria después, las bárbaras expediciones chilenas durante la Guerra del Pacífico. Como con los piratas, el mayor terror del siglo XX fue Sendero Luminoso. Lima sólo adquirió conciencia del miedo cuando fue impactada por las explosiones de la calle Tarata y Canal 2. Nunca como entonces hubo esa inexplicable sensación de haber sido invadidos.
3. Predicciones, terremotos y tsunamis
La tierra tembló durante tres interminables minutos. El miedo era un sentimiento común en las calles.
El miedo a la invasión de la naturaleza es tal que los pronósticos y las profecías calan muy rápidamente en nuestra psiquis. En 1975 el físico norteamericano Brian Brady predijo en una revista científica un terremoto de magnitud 8.5 en el Perú. La predicción falló, pero removió viejos temores. Cinco años más tarde Brady precisó que el gran terremoto iba a ocurrir el 28 de julio de 1981 en Pisco, pero volvió a equivocarse. Solo 26 años después la escalofriante predicción se haría real.
Se dice que Santa Rosa deslizó alguna vez una profecía aterradora para Lima. No hay nada documentado, solo una leyenda que algunos limeños conocen bien. La santa vio, dicen, que los barcos anclarían frente a Palacio de Gobierno, pues un descomunal tsunami arrasaría la ciudad. Nunca se precisó cuándo ocurriría el desastre. Según los historiadores, quizás la profecía tuvo su origen en alguna de las beatas "iluminadas" de la época.
Pronósticos aparte, lo cierto es que (como lo acabamos de constatar) muchas veces hay razón para el temor. Desde 1586 hasta 1974, solo en Lima y Callao seis terremotos poderosos han impactado destructivamente. De los 16 maremotos en el Callao, el 50% llegó a destruirlo parcialmente.
4. Miedos y rumores
Pero, el miedo en el Perú ha tenido también su origen en alucinadas fantasías colectivas. Los políticos han sido hábiles en explotar esa vertiente de la psiquis social, introduciendo en el imaginario vírgenes llorosas, cristos sangrantes de madera o apariciones fantasmales en las paredes. Hemos aceptado todos los mitos a pie juntillas solo para engrosar nuestros temores como si, por alguna razón, necesitáramos de ellos.
Moisés Lemlij (psicoanalista)
–¿A qué le tememos?
–En el Perú hay un miedo histórico a los terremotos. No es casual que el antiguo dios Pachacámac se haya transformado en el Señor de los Milagros. El terrible dios de los terremotos se convirtió en el Señor protector, cuyo culto no hay duda de que es el más extendido en el país. En cuanto a las enfermedades y la muerte, estas se expresan de vez en cuando, como pudimos ver cuando hubo la epidemia del cólera o los efectos de las heladas. Pero el miedo más constante aquí es el terror al otro, al caos y a la desintegración social, que a veces es justificado, como en el caso de Humala. Estos temores se remontan a nuestros orígenes: Atahualpa vs. Pizarro, las revueltas indígenas del siglo XVII, el terror que en su momento produjo el APRA y, salvando las distancias, Sendero.
–¿Qué de bueno podemos extraerle al miedo?
–El miedo tiene mala fama porque se tiende a confundirlo con cobardía, pero es lo que permite la toma de conciencia frente a un peligro. También hay que diferenciar valor de temeridad. El miedo nos lleva a tomar precauciones, nos obliga a pensar, por un lado, en medidas concretas y, por otro, en que Dios nos va a salvar. Lo curioso es que cuando los seres primitivos le rezaban a un dios para que llueva y no lograban salvar la cosecha, entonces cambiaban de dios. Ahora es distinto, luego de la cantidad de muertos por el desplome de las iglesias no se le ha echado la culpa a Dios.