domingo, 10 de agosto de 2008

Alerta mental

Domingo

Por: Claudio Chaparro

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Perjuicio. Las condiciones para la salud mental de los damnificados del sismo no son las mejores. La desorganización afecta.

Máximo Aquino, apenas horas después del terremoto que asoló el sur del país en agosto del año pasado, fue llevado junto a su familia a uno de los llamados ‘albergues transitorios’. En ese momento, Máximo pensó que estaría ahí de manera momentánea hasta ser reubicado con su esposa y sus dos menores hijos en alguna otra zona de Pisco en donde pudiera tener un nuevo hogar.

Sin embargo, hasta hoy los Aquino viven en el albergue, un espacio cuya definición de ‘transitorio’ parece haberse convertido en ‘permanente’.

Según refiere el psiquiatra Manuel Escalante, coordinador de la Estrategia Nacional de Salud Mental del Ministerio de Salud, está comprobado que la permanencia de un grupo de personas en ese tipo de albergues, por un periodo prolongado de tiempo, resulta más bien perjudicial para el bienestar mental. El especialista –que trabajó en la zona del desastre– precisa además que esos albergues posterremoto han generado una dependencia negativa entre los damnificados.

"Muchos han perdido la disposición para organizarse y hasta para buscar alternativas que los ayuden a salir del problema en que se encuentran. Piensan: si ya me dan esto, para qué me voy a preocupar. Mejor que me sigan dando", señala Escalante.

PELEAS Y DESCUENTOS

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Aviso. Psiquiatra Manuel Escalante, del Minsa.

Según el doctor Escalante, lo que ha faltado es una buena organización en procura de atender la salud mental de los afectados por el sismo.

"En Tambo de Mora la gente no quería que les regalen cosas. Así debería ser, pero se requiere serenidad y calma. Ha habido poco apoyo. Salud mental no es solamente atender pacientes sino organizar a la comunidad", asegura.

Esa carencia de organización ha generado desencuentros entre la población por el tema de las titulaciones y viviendas.

"Hay frustración, pérdida de confianza en la gente, incumplimiento de las autoridades locales. A las carencias materiales, de víveres, se suma la incertidumbre. Y entonces surgen rencillas, peleas. Nosotros intervenimos pero hay conductas de base, desde antes de la catástrofe, que interfieren. La ausencia de valores, la propia condición que se les asigna de víctimas crónicas, es algo que no debería ocurrir", señala.

Escalante llegó a la zona del sismo pocas horas después de la tragedia. Cuenta que durante los primeros treinta días se atendieron casos agudos. "Eso era lo normal. Eran trabajos de catarsis, para desahogar la tensión. Luego del primer mes se desarrollaron otros cuadros de ansiedad y depresión por los familiares muertos, las viviendas perdidas. La mayoría de especialistas estuvo seis meses, pero lo ideal es un año. Ahí recién comienza el proceso de rehabilitación", enfatiza.

El Instituto Noguchi (en Pisco), el hospital Hermilio Valdizán (en Chincha) y el hospital Larco Herrera (en Ica), llevaron equipos multidisciplinarios (psicólogos, psiquiatras, enfermeros). Cada semana se cambiaba al personal.

"Era necesario también un respiro para ellos. Los casos que requerían atención particular se derivaron. Realmente hubo cuadros de ansiedad muy intensos. Todavía tenemos responsables en todos los hospitales", acota.

Pese a ello, la desorganización de la comunidad, la desidia de las autoridades locales y la inacabable permanencia en los ‘albergues transitorios’ siguen jugando en contra de la salud mental de los afectados