| Domingo |
El 15 de agosto del 2007 quedará grabado en la memoria de todos los peruanos", nos dice el reportero de Canal N para pasar a explicarnos que el terremoto fue de 7.5 grados en la escala de Richter y que destruyó casas, edificios, hospitales, construcciones pero, sobre todo, la vida de cientos y las posibilidades de vida de miles de compatriotas. Pisco, la "aldea encantada" retratada por Abraham Valdelomar en sus cuentos, simplemente casi ha sido borrada del mapa. Chincha, Ica y algunos de los pueblos y ciudades de Huancavelica no solo fueron destrozados por la fuerza de la tierra sino olvidados por la inercia de los gobernantes. Y ese es el punto a un año de lo que ha sucedido. 
Los millones de soles invertidos en la reconstrucción serán competencia del gobierno, la oposición y los medios en estos días de la conmemoración de un año del sismo y las preguntas sobre cómo se manejaron, si hubo una buena o mala o pésima gestión y si los puntos de fricción entre el gobierno central y los gobiernos locales, incluyendo a municipios, fueron deleznables e inoportunos mientras miles siguen en el colapso, es un asunto que seguramente muchos tocarán en sus artículos y columnas. Yo solo me quería referir a un punto: la necesidad, en este tipo de circunstancias catastróficas, de nombrar a un padre-padrone (o a una madre-padrone) que nos salve.
Las metáforas de los zares y las zarinas como líderes de una acción necesaria para emerger de un entrampamiento me parecen infamantes, incluso porque sabemos cómo terminó Nicolas II, y no creo que ni Favre ni Lizárraga acepten la inmolación por principio. Pero sobre todo porque apelan a nuestra cultura autoritaria y siguen incidiendo en la idea de que son los "liderazgos" y no las acciones comunitarias, los individualismos y no los trabajos en común, los que podrán solucionar los problemas de nuestro país. Esta idea la sostuvo hace varios meses Augusto Álvarez Rodrich en su columna: "más que un zar de la reconstrucción, una denominación que tiene connotaciones dictatoriales, lo que forzosamente se necesita ahora es un gran coordinador de esfuerzos entre los ministerios y las autoridades regionales y locales con el fin de canalizar recursos y voluntades".
Alguien por encima del común de los mortales. Eso implica que el superhombre o la supermujer no se ponen a disposición de los gobernados, sino que "les hacen el favor" a los mismos. Y la verdad es que la democracia no es eso. Uno de los asuntos básicos de la democracia es asumir las responsabilidades entre todos, y por supuesto, de manera individual para poder rendir cuentas.
Ante un zar que funge como padre-padrone solo se puede ser servil o, por lo contrario, pedir que su cabeza ruede por las estepas rusas. Y precisamente, más allá de las increíbles distancias de todo orden entre Carolina Lizárraga y Julio Favre (creo que ella fue bienintencionada, pero lamentablemente de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno), ambas personas cayeron en esta lógica impuesta por un modus operandi gubernamental: de querer otorgarle a alguien el super-poder para luego culparlo por inoperante o por ineficiente.
No, pues, la cosa no es así. Basta de zares, zarinas, virreyes, caciques y bonzos: lo que necesitamos en este país en hacernos responsables solidarios, nosotros mismos, de nuestros proyectos y nuestros desastres.