viernes, 15 de agosto de 2008

EDITORIAL Un año después


Aún no estamos listos para enfrentar los desastres.
Autor: Augusto Álvarez Rodrich
Lo sencillo en un día como hoy, cuando se recuerda el primer aniversario del fuerte sismo que remeció Ica y Huancavelica, sería plantear una crítica demoledora al gobierno por su respuesta en la reconstrucción. Pero sería un error –y hasta quizá injusto– limitarse a ello, porque el problema por delante es mucho más profundo.

Que la reacción no fue satisfactoria y que el trabajo se pudo hacer mucho mejor, lo reconoce el propio gobierno, desde el presidente Alan García hasta el ministro de Vivienda, Enrique Cornejo. Y también lo recordará en el día de hoy, con fuerza, la población sureña. Es un reclamo legítimo que el gobierno debería aceptar con humildad, porque la gente tiene razón de estar molesta.

Se perdió mucho tiempo en la coordinación de la reacción, y el diseño institucional sustentado en un Forsur con 'rostro privado’, simplemente no funcionó pues no encajó en el sector público, lo cual evidencia el error.

A pesar de todas las ganas que el gobierno tenía para que la reconstrucción saliera bien, y de contar con dinero para ello, no se logró consensos ni se articuló voluntades entre los estamentos central, regional y municipal. Mientras la población esperaba ayuda, faltó liderazgo y preparación; sobró ambición e improvisación.

Sin duda, el terremoto del 15 de agosto de 2007 fue un desastre mayor que planteó un desafío enorme al país y al gobierno, pero lo más probable es que lo mismo le habría ocurrido a cualquier administración.

El problema de fondo es que no tenemos un sector público preparado para manejar un desastre de gran magnitud, y la solución no pasa por diseños privados, porque en esta tarea podrán colaborar muchos, pero la responsabilidad central e irremplazable es del Estado.

Una expresión de que no contamos con dicho aparato es que, según la encuesta difundida ayer por la PUCP, tres cuartas partes de la capital no ha participado en un simulacro de terremoto durante el último año.

No solo somos un país pobre, sino que vivimos dentro de una precariedad institucional que impide atender problemas centrales –como estar listos para enfrentar desastres naturales–, y recién nos ocupamos de ellos cuando explotan. Estos son temas cruciales que no están en la agenda nacional, ni en la del gobierno, ni en la de la oposición