| Domingo |
Por Jorge Loayza
Fotos: Yanina Patricio
![]() Madre coraje. Luego de un año de la tragedia, La República volvió a reunir a Carmen Alfaro con su hijo Juan Contreras frente al lugar donde escaparon de la muerte. |
Cada vez que el pequeño Juan debía estar al lado del cura de turno como pre acólito, la señora Carmen Alfaro siempre lo acompañaba en las primeras filas de la Iglesia San Clemente. Esa tarde del 15 de agosto, Juan Contreras (10) y Daniel Tamariz (14) ayudaban al padre José Emilio Torres en el oficio de la misa con mucha devoción. Afuera, en la plaza de armas de Pisco, muchachitos de sus mismas edades eran palomitas que correteaban al caer la tarde. Faltaban menos de veinte minutos para las siete de la noche.
La misa terminaba y la señora Carmen solo esperaba que el cura y su hijo se retiraran del altar. En eso sintió que la tierra se empezaba a mover. No pensó que era un terremoto, pero tuvo la intención de subir al altar para coger a su hijo. Al instante se dijo "¡qué roche! ¿Y si solo es un temblor?" La tierra no dejaba de sacudirla y ella miraba fijamente a Juancito, él también la miraba pero a la vez observaba al cura y no sabía si quedarse quieto –como pedía el padre– o correr hacia su mamá. Cuando el zarandeo se hizo más intenso, la señora Carmen no se contuvo: ¡Juan!, gritó. Juancito llegó a sus brazos y las luces se apagaron.
En ese instante la fuerza del terremoto botó a ambos al piso y a ella le cayeron algunos pedazos de adobe. "No sé con qué fuerzas nos levantamos. Escuchamos una voz que nos decía "por acá". No se podía respirar por la cantidad de polvo. A oscuras llegamos a una columna de la cúpula y nos abrazamos con Pedro Fuentes, el chico que toca guitarra en el coro, y Daniel Tamariz. Ahí esperamos que pasara el terremoto", recuerda la señora Carmen quien en esos momentos lanzaba ruegos al Señor de la Divina Misericordia.
La tierra dejó de temblar, pero ninguno de los cuatro sabía por dónde salir. Mientras, el polvo se les metía por las narices y tenían los escombros casi sobre sus zapatos. En medio de sus gritos de desesperación, la señora Carmen tocó el bolsillo de su pantalón y encontró su celular que estaba con la linterna activada. Fue así como empezaron a caminar sobre los escombros. Una vez fuera se dio cuenta de que solo había sufrido algunos golpes. Increíblemente, su pequeño Juancito no tenía ni un solo rasguño. Lo abrazó.
Sin haberse dado cuenta de la dimensión de la desgracia, Carmen cogió de la mano a su hijo y caminó apresurada a buscar a su hija, Lucía, que se encontraba en el colegio Juan Bosco, en la tercera cuadra de la avenida San Martín. Miraba hacia adelante y en su prisa se topaba con cables caídos que parecían vallas. "Solo avanzaba. Con una mano tenía a mi hijo y con la otra levantaba los cables sin temor a electrocutarme. Quería encontrar a mi hija y felizmente la hallé bien", rememora.
Pero hay un pasaje de esa horrible noche que le parece increíble a la señora Carmen. Cuando caminaba por la avenida San Martín se le acercó un joven con una botella de agua. Le dio las gracias, la destapó y tomó un poco junto a sus hijos. También se lavó la cara. Los cuatro se abrazaron y oraron en plena calle. Al terminar, el joven se retiró y ella nunca supo quién fue ni cómo era su rostro. El 19 de agosto del 2007, la señora Carmen y su hijo Juan fueron la portada de La República.
Ahora el pequeño Juan tiene once años, estudia el sexto grado de primaria y su timidez no es una secuela del terremoto. Nunca le han gustado las fotos, solo los ruegos de su madre lo convencen. El 31 de agosto del año pasado iba a recibirse como acólito pero la desgracia pospuso esa ceremonia para fines de diciembre. Su madre piensa que es un milagro que ambos estén vivos.
Juancito no solo es tímido sino también franco. "A mí no me gustaba la misa, ella me traía", nos confiesa. Sucede que su madre, como voluntaria de la parroquia, quería formar a su pequeño con los valores cristianos. "Esa vez del terremoto me cayó un pedazo de barro en la cabeza pero el dolor lo sentí dos días después, no lloré, solo tenía frío", recuerda el pequeño Juan, quien todas las noches, antes de dormir, sigue rezando el Ángel de la Guarda y el Padre Nuestro.
"QUIERO CAMINAR"
![]() Pide ayuda. Alfredo Tipacti solicita ayuda para poder conseguir las prótesis que le permitan caminar. Perdió las piernas al caerle el techo de la iglesia San Clemente. Lo rescataron después de un día. |
Sentado en una silla de ruedas y con las dos piernas amputadas, el señor Alfredo Tipacti Ventura aún espera el momento de volver a dar un paso con las prótesis que todavía no puede tener unidas a su cuerpo. "Quiero caminar, aunque no va a ser igual como ustedes que son normales, pero quiero caminar", dice, y su deseo conmueve más que un terremoto.
El 15 de agosto del año pasado, el señor Tipacti estuvo dentro de la Iglesia San Clemente, a donde había acudido junto a su pareja, la señora Georgina Zurca. Parados en medio de salón principal sintieron que todo empezó a sacudirse. Entre tanta gente, Alfredo no tuvo mucho tiempo para reaccionar y el techo le cayó encima. "Pero no perdí el conocimiento. Quedé sepultado. Cuando ya no sentí mis piernas lloré y grité, pedía ayuda. Mi pareja estaba a mi lado y le decía que despertara, pero ya estaba muerta. Afuera escuchaba voces y nadie entraba a rescatarme. Me desmayé", recuerda .
Debajo de esa ruma de adobe, cañas y maderas, el corazón del señor Tipacti latió veinticuatro horas. A las seis de la tarde del día siguiente, un grupo de rescatistas mexicanos lo encontraron, Alfredo abrió los ojos y vio la luz. El día que lo entrevistamos en su casa del barrio de La Esperanza, su hijo puso el video donde se ve el rescate de Tipacti. A los minutos de observar y recortar esos momentos sus ojos se llenaron de lágrimas.
Después de un año, Alfredo aún pide ayuda. Las prótesis para poder caminar cuestan 4 mil 300 soles y él ya gastó bastante en viajar a Lima durante estos meses de rehabilitación. La Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS) lo ha estado ayudando pero aún se necesita más. "Cuando me quedé sin piernas quería morirme, pero estoy vivo y luchando", dice con energía.
"LA GENTE PENSÓ QUE
HABÍA RESUCITADO"
![]() Junto a su salvador. Tomás Herrera, trabajador de la parroquia, rescató a la señora Isabel Espinoza cuando quedó atrapada en un ambiente de la iglesia San Clemente. |
Luego de los dos terribles minutos del terremoto, la señora Isabel Espinoza se dio cuenta de que estaba atrapada en uno de los ambientes de la parroquia, debajo de bloques de adobe y palos, junto a otras cinco señoras.
Cuando el movimiento hubo empezado, una de las hermanas con las que se reunía dijo: "es temblor". "No, es terremoto", replicó la señora Isabel y la mandaron callar. Todas trataron de refugiarse desesperadas a un lado de la puerta pero las hermanas María Cumpa y Gladis Campos no tuvieron suerte y murieron aplastadas.
Luego de tres horas de pedir ayuda, llegó Tomás Herrera, un joven que trabajaba en la parroquia y que había logrado escapar del derrumbre de la iglesia.
Cuando escuchó los gritos de auxilio de las señoras atrapadas buscó la manera de rescatarlas. Tomás había visto cómo la tierra se abrió y las paredes de la iglesia cedieron. Con la ayuda de otros jóvenes logró rescatar a las cuatro heridas.
Con un hematoma en la cabeza, Isabel Espinoza logró salir arrastrándose hasta la plaza de armas. Ningún familiar la buscaba porque tal vez pensaban que estaba muerta. En la plaza se desmayó con la cabeza ensangrentada. Unos jóvenes que vieron que algunos murciélagos le lamían la cabeza, la taparon con un toldo.
A las cinco y media de la mañana del día siguiente, la señora Isabel abrió los ojos y se destapó. Entonces se dio cuenta de que estaba acostada al lado de decenas de muertos.


