viernes, 4 de julio de 2008

Es posible aprender de la historia




Hay países que sacan provecho de su historia; en cambio, los sectores altos de esta sociedad parecen no sacar nada en limpio del pasado reciente.

En medio de un extraordinario incremento de ganancias y con un presidente de la República que sólo intenta complacer a los sectores altos y medio-altos del país, éstos ven apenas una nube gris en el horizonte: las elecciones de 2011. Hinchados por varios años consecutivos de crecimiento económico y respaldados en un gobierno que proclama como objetivo servir sus intereses, los inversionistas ven al país como un territorio dorado. Sin embargo, en cualquier conversación con unos y otros aparece la perturbación que proviene del futuro político del país.

Un observador me decía en Lima, la semana pasada, que el empresariado adoptó el tema de la inclusión social en su discurso oficial sólo durante la última campaña electoral. Apenas García ganó la segunda vuelta, la aparente preocupación por quienes no participan de la fiesta se evaporó.

Pero las encuestas favorecen episodios de insomnio. El presidente ideal para el sector empresarial sólo es aprobado por tres de cada diez encuestados. 48% de los entrevistados en junio por Ipsos-Apoyo consideran que su situación económica ha empeorado. Sólo 9% de quienes están informados sobre la cifra oficial de reducción de la pobreza cree que este dato refleja la realidad. En cambio, más de la mitad de los enterados de esa cifra (54%) creen que, en verdad, "no se está reduciendo la pobreza, sólo se están beneficiando los que más tienen".

Las maldiciones contra los perros del hortelano no entusiasman, pues, a la mayoría que, equivocados o no, reclaman un Estado fuerte, con capacidad para imponer reglas de juego que representen el interés de todos y no sólo el de quienes ponen el capital. Aunque borrosa, esa visión -que acaso tiene más de estado de ánimo que de propuesta política- es la que, hace dos años, llevó a casi la mitad de los electores a votar por Ollanta Humala en la segunda vuelta.

De allí el desvelo. Es evidente que, pese a cierta reducción de la pobreza, García no está realizando el gobierno que mucha gente quiere en el país y que, en la siguiente oportunidad, buscarán un candidato que luzca identificado con ellos. Podrá apellidarse Humala o no. Eso es lo de menos.

Hay una rabia contenida. La última vez se desbordó en Moquegua. Pero, aunque no cuente con una coordinación política -que el Gobierno atribuye, a palos de ciego, a chavistas o comunistas-, el malestar es extendido y aguarda cualquier ocasión para manifestarse explosivamente. En la encuesta Ipsos-Apoyo de junio, dos de cada tres entrevistados consideraron que la protesta moqueguana se justifica y más de la mitad (57%) dijeron estar de acuerdo con el paro nacional convocado para el 9 de julio. Los perros del hortelano son, pues, muchos.

Como se demostró claramente en Moquegua, el manejo político conduce al desgobierno. El ministerio del Interior aparece, en los hechos, vacante y las declaraciones del presidente generalmente agravan los conflictos, en vez de atemperarlos.

Peor que el Poder Ejecutivo en la percepción social, el congreso sigue brindando ejemplos penosos, casi a diario. Como resultado, de los tres poderes del Estado, el Parlamento es el que tiene menor nivel de aprobación ciudadana y la mayoría de los encuestados por Ipsos-Apoyo considera que perjudica "el desarrollo de la economía, la credibilidad y legitimidad del Gobierno y el desarrollo del país en general". Los ánimos están preparados para un cambio probablemente radical.

En ese cuadro, parece ser un hecho que un Sendero Luminoso reciclado está en acción. Probablemente, la nueva edición del fenómeno -que busca presentarse distanciada de los excesos violentistas de la anterior- no tenga un futuro promisorio. Pero su accionar, alimentado por el combustible del narcotráfico, hará parte de un cuadro general en el que el recurso a la fuerza, por parte de grupos más bien desorganizados, crea constantes focos de inestabilidad. El listado de conflictos sociales que detallan los informes de la Defensoría del Pueblo -que el primer ministro parece no leer- da una idea precisa de cuán inflamable es el país de hoy.

Lo llamativo es que los sectores dirigentes no hayan aprendido las lecciones derivadas de la experiencia vivida con la subversión. Aunque la Comisión de Verdad y Reconciliación produjo una versión más elaborada sobre las causas del conflicto, era relativamente sencillo concluir en que la subversión se encaramó sobre la base de problemas nacionales no resueltos.

La lección es clara: hacer del Perú una sociedad viable requiere, además de crecimiento económico, encarar y resolver esos problemas acumulados. La lista es larga. Va desde la desatención al país rural hasta la falta de inversión social en educación y salud, pasando por muchos temas que, en conjunto, constituyen un tejido complejo. Resulta una lección que no es difícil de aprender.

Alemania aprendió de la experiencia del nazismo. Salvo grupos pequeños de fanáticos, el camino propuesto por Adolfo Hitler para hacer del país una potencia no ha sido reemprendido. Y el país se ha hecho grande y prospera en una Europa que también ha aprendido a vivir en paz.

En América Latina, Argentina no es un ejemplo acabado de aprendizaje y, sin embargo, aprendió cuando menos una lección de su historia: lo peor que les ocurrió fue una dictadura militar como la sufrida entre 1976 y 1983. Se proclamó "Nunca más" y, en efecto, los militares han dejado de ser actores políticos en las últimas dos décadas.

¿Por qué las dirigencias peruanas no pueden aprender la lección terrible que dejó la experiencia subversiva? ¿Por qué se limitan a hacer dinero y mirar con temor el calendario, para calcular que su seguridad tiene un plazo de tres años? ¿Por qué esa incapacidad para pensar en los intereses del país y no sólo en los propios?

Los sectores dirigentes del país padecen una desconexión con él. Éste es un asunto histórico cuyos efectos se agravan con el paso del tiempo, que los acumula y hace cada vez más difíciles. En vez de reconocerlos, "los de arriba" se aferran a una interpretación ideológica de la realidad que receta menos lugar para el Estado y más cancha libre para la acción del capital.

Mientras que en la mayor parte de América Latina el neoliberalismo pierde militantes entre quienes tienen responsabilidad pública, en el Perú este credo mantiene una vigencia que sorprende, dado el fracaso social de sus resultados. Agarrados a esta ideología que les impide ver los problemas del país, los sectores altos de la sociedad sólo atinan a compartir su temor frente a los resultados de una decisión mayoritaria en 2011