miércoles, 23 de julio de 2008

Sucedió. El caos urbano

Colaboradores

Antonio Zapata.

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Hace ya muchos años empezó la costumbre de ponerle un nombre al año. El actual, por ejemplo, es el año de las cumbres mundiales. Esta costumbre es internacional, no es exclusivamente peruana. El mundo entero se rige por el mismo hábito, nominar el año para que todas las actividades de ese período se orienten en la dirección establecida. Es la idea de una campaña anual a ser cumplida en forma acompasada por las diversas reparticiones públicas. En ese sentido, las Naciones Unidas han decidido que este año sea el internacional de la papa.

De primera impresión, pareció extraño que habiendo recibido esa distinción internacional, la papa no fuera honrada dentro del Perú nominando al 2008 en su nombre. Luego, se escuchó decir que eran dos grandes celebraciones, la del mundo entero a la papa y la del Perú al resto del planeta recibiéndolo en dos cumbres.

Con ese argumento inauguramos el año y se han ido desenvolviendo los acontecimientos. Ahora llegamos al 28 de julio y aunque corresponde al sétimo mes, en el Perú equivale a medio año político. Es el momento de observar cómo han avanzado los propósitos de comienzos de año. En ese sentido, resulta obvio que en Lima el 2008 será ante todo el año del gran caos urbano. Ni la papa ni las cumbres resultan estrellas de primara magnitud. Ocupan su espacio, pero el centro del firmamento está ocupado por las interminables obras de reparación de calles y avenidas que han logrado transformar el acto de manejar en una operación infernal.

La simple observación del plan de obras en ejecución muestra una enorme ausencia de planificación. Nadie ha imaginado las obras en su conjunto como una progresión continua. Debería haber sido responsabilidad de la Municipalidad de Lima Metropolitana, pero no la ha cumplido. Por otro lado, las municipalidades distritales están realizando obras en base a su autonomía sin orden ni concierto. Así, algunas obras metropolitanas precisan desvíos que también están siendo intervenidos por la respectiva municipalidad distrital. Desvíos que llevan a otros desvíos. Es el mismo Estado empírico que constituye un clásico de la historia peruana. El desorden de las autoridades que realizan sus iniciativas sin planeamiento. No les importa mucho y esto conduce al segundo punto.

El tipo de autoridad que realiza actividades de este modo empírico y desordenado es altamente autónomo y discrecional. Maneja el poder como le parece, sin dar cuenta en forma regular a nadie. No imperan reglas ni procedimientos administrativos preestablecidos. Lo que importa es la voluntad del poderoso y de su círculo de allegados. El cuerpo político no es transparente ni está sometido al control público. En el ideal, es un poder mudo. No se comunica. Este paradigma se halla bien representado en el alcalde de Lima y constituye una parte de su éxito. Representa bien al político empírico pero emprendedor, desordenado y en constantes conflictos con los vecinos, pero a causa de sus obras. Hace atropellando, aunque nunca debate ni pelea en los medios.

El impacto de estas obras públicas en el imaginario de los limeños es enorme. Los transportistas de pasajeros han perdido alrededor de un quinto de sus negocios. Los ciudadanos otro tanto de su tiempo. Todos estresados y sometidos a atracones inesperados. Aquí, la autoridad no respeta al ciudadano. No lo toma en cuenta ni le importa su opinión. Buena parte de alcaldes limeños de hoy actúa con gran prescindencia de la voluntad de sus representados.

Este giro de las cosas llevaría a pensar que Luis Castañeda debería estar cayendo en las encuestas y acercarse a las peores cifras que tuvo que soportar Alejandro Toledo. Pero, no. Se sostiene muy alto. De hecho, como van las cosas es una figura protagónica de las futuras presidenciales del 2011. Por lo pronto, con las obras aún en construcción, ha logrado opacar a la papa y a las cumbres. Suyo es el año.

Así sea por el caos urbano, el alcalde Castañeda ha logrado la obra de mayor impacto de esta primera parte del 2008. Pero, ¿cómo serán los próximos años? ¿Cuando termine las obras urbanas, se vivirá un romance del electorado limeño con Castañeda? ¿Podrá proyectarlo a nivel nacional? ¿Lo apoyará Palacio? Las apuestas son altas y variadas.