Por Nelson Manrique
Finalmente terminó la fantasía de que éramos el único país en el mundo que no iba a ser afectado por la crisis mundial del capitalismo y comienza a ponerse los pies en tierra.
La política anticrisis que ha anunciado Alan García es una saludable rectificación en relación con el delirio maniaco que lo llevó a hacer un ridículo planetario en el APEC. Allí les enmendó la plana a los economistas y políticos de las potencias mundiales, que –según él– no habían comprendido que ésta era una crisis de crecimiento, que duraría apenas 18 meses y que relanzaría al capitalismo hacia alturas más gloriosas: “En el G-20 –explicó García– no ha habido un consenso para comprender que esta es una crisis de crecimiento. Es un relanzamiento del mercado. Es una crisis de riqueza mundial ... Creo que el G-20 en Washington, y a pesar de todos sus grandes pensadores, no ha logrado entender eso. El tema es administrar una crisis de crecimiento”.
El comentarista de la CNN que cubrió la Cumbre de APEC se dio con la sorpresa de que muchos empresarios peruanos creían realmente que el país estaba “blindado”. Por fin, aunque algo tarde, esta semana la Confiep reclamó al gobierno una política anticíclica.

Se han perdido meses y recursos preciosos sin una propuesta orgánica para afrontar la crisis. Sólo sostener el tipo de cambio ha significado un gasto de 7 mil millones de dólares en tres meses: más que los 18 mil millones de soles que el gobierno va a invertir en el programa de salvataje el próximo año. A pesar de todo, se ha dado un primer paso positivo, que debe ser debatido ampliamente y complementado.
Un problema fundamental que se plantea en el futuro inmediato es la falta de confianza en la honradez del gobierno aprista. Cuando es evidente que una trama de complicidades se ha puesto en marcha para impedir que la investigación del escándalo León Alegría llegue a buen puerto –porque involucra al aparato central del poder aprista– cómo pedir confianza. Miles de millones de dólares van a ser manejados por gente de Agustín Mantilla, como Carlos Arana en Agua para Todos y Nidia Vílchez en el Ministerio de Vivienda. Si no hay cambios de fondo, la mesa estará servida para que se repita la misma corrupción del primer gobierno de Alan García, y para que el país termine como entonces.