Para muchos hogares peruanos, esta Navidad no se diferenciará de las anteriores. Hemos mantenido la democracia, que no es poco, y siguen llegando cifras sonrientes en la macroeconomía, pero aún no se traducen en bienestar para las mayorías, que pasarán este día como otro más en su sacrificada y terca lucha por la supervivencia. 44% de los peruanos son pobres, lo que significa unos 13 millones de personas.
Gustavo Gutiérrez, en una hermosa reflexión navideña que siempre recordamos, hablaba de una vieja y arraigada pobreza, la peor y más resistente pandemia que amenaza al pueblo peruano. Y añadía que esta situación atentaba contra el mensaje de esperanza contenido en la fiesta, aunque no por ello llegaba a ocultarlo. Es una disyuntiva que cada año se plantea al cristiano: cómo librarse del matraqueo publicitario que busca hacer de la Navidad una fiesta de consumo, cuando hay tantos compatriotas con su pobreza a cuestas, para decirlo en palabras de Bartolomé de las Casas, defensor de los oprimidos.
¿Cómo restituir a la Navidad, en los tiempos que corren, su auténtico espíritu? Acaso recordando, como el mismo Gustavo Gutiérrez evocó un día en nuestras páginas, el sentido del regalo navideño: Regalarle a alguien es reiterar el comportamiento de Dios para con nosotros. Él nos regala a su Hijo, y nosotros regalamos algo para demostrarle la gratuidad de nuestro amor. Por eso, mucha de la real alegría de esta fiesta nos es aportada por el compartir, y al decir esto no pensamos en obsequios costosos sino en pequeñas cosas al alcance de cada uno, y que exaltan ese don de dar.
Pero tampoco podemos engañarnos. Hace unos años, el mensaje de Gustavo nos lo recordaba: No bastan, por ello, líricos llamamientos al entendimiento entre los peruanos con motivo del clima navideño. El mensaje bíblico es neto al decirnos que no hay auténtica paz, ni verdadera reconciliación, sin un firme propósito de construirlas. La lucidez, en medio de las sombras que amenazan una frágil e incipiente convivencia democrática, se impone para impedir que los pobres sean los postergados de siempre.
Es en nombre de esa sociedad fraterna que debemos construir y cuyas semillas son posibles de encontrar en el desinteresado esfuerzo de tantos hombres y mujeres que no se resignan ante la pobreza, que podemos desear a nuestros lectores una Navidad de amor y esperanza. Trabajemos todos para hacerlos posibles en este Perú hirviente y en transición que nos ha tocado vivir.